viernes, 5 de febrero de 2010

El valor de una vida y la muerte.


Saludos:

Hoy, primer día que escribo para reflexionar, me gustaría hablar sobre la muerte, ese paso de la vida tan conocido como desconocido. Es un tema trivial, pero curioso desde el punto que no lo sabemos todo acerca de ella. Podríamos diagnosticar las causas que nos conducen a ella, pero nunca pronosticar con exactitud que hay más allá, cuestión tratada miles de veces por las religiones y que yo hare, pues más bien quiero valorar el peso de la vida de cualquier persona. Lo que vais a leer a continuación es fruto del empirismo, de mis experiencias junto con mis emociones y sentimientos.

En España, hay poco más de cuarenta millones de personas. Nosotros no conoceremos a más de un millón de estas, pues solo cuento a aquellas que mantendrán una relación con nosotros a largo plazo, sea para bien o para mal, no cuenta saber el nombre de la cajera del mercadona ni el del conductor de autobús del barrio. De esta manera, el número de personas se va reduciendo, podríamos dividirlas en categorías: compañeros de clase, familiares, amigos… Al final nos encontramos con que nos solemos mover en un mismo ambiente, con las mismas personas, aunque esto con el tiempo se encuentre sujeto a cambio. Es importante hablar de tanta gente porque todos estos individuos tendrán un peso u otro en nuestra vida, y por lo tanto con nuestra muerte también se sentirán golpeados, emocionalmente hablando.

A lo largo de nuestra vida, llevamos a cabo la llamada socialización, nos relacionamos con todos aquellos que nos rodean, formando nuevas amistades y, en según qué casos, logramos una pareja sentimental, lo que entendemos como novi@. Todo esto cobra una gran importancia, nuestros amigos tendrán, en mayor o menor grado, alguna dependencia emocional, me refiero a que en cierta manera hemos calado dentro de ellos y quieren seguir socializándose con nosotros, ya sea contándonos sus problemas o yendo al cine. Con todo esto, formamos un círculo sentimental en el que la actuación de una determinada persona tendrá unos efectos sobre la otra.

Cuando llega el momento de dejar este mundo (ojo, no digo que exista otro), nuestros familiares y amigos se siente abatidos, entienden mejor que nadie que nuestro tiempo ya acabó pero, difícilmente, pueden aceptarlo. Es en este punto cuando somos capaces de valorar la importancia de una vida, considerar lo mucho que una persona ha modificado el transcurso de nuestro trayecto a lo largo de todos estos años. Se trata de un poder poco común, algo invisible aunque determinante a la hora de entender el por qué de las cosas. El ejemplo más claro es el de la familia, educamos a nuestros hijos con la esperanza de que, en un futuro, consigan todo lo que nosotros ya tenemos y, si es posible, un poquito más. Desde este punto de vista, se podría entender que nuestros hijos continúan nuestra historia, el camino trazado por nosotros, sendero en el cual ciertas personas nos han ido dejando, pero no completamente. Es posible decir completamente a causa de que todas las personas que nos han acompañado en la vida han depositado algo en nosotros, ya sea el cariño de quien amamos o las buenas palabras y hacer de nuestros más queridos amigos y familiares. La muerte no supone la marcha total de una persona, siempre vivirán los recuerdos, el hacer de aquellos que nos importaron algo, las palabras de amor que llegaron muy adentro. Esta es la gracia de la vida, saber que no se puede dejar nada atrás, continuamos un camino ya recorrido pero sutilmente cambiado.

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